Al caminar por los pasillos de los supermercados, has visto en infinidad de ocasiones una gran variedad de comida enlatada pero seguro que no te has parado a pensar nunca que estos bienes envasados fueron pensados por la ciencia para un propósito bien distinto. Incluso, el más sencillo de estos envases puede tener orígenes militares y no hablamos solo de tiempos modernos.
Durante las guerras napoleónicas, el gobierno francés necesitaba una manera de preservar a largo plazo la comida para los soldados. Eso dio origen a la comida enlatada, aunque en ese entonces fuese en frascos de vidrio sellados.
De no haberse inventado, los estantes de los supermercados estarían ahora medio vacíos. Las latas pueden durar años en la despensa y cuando echamos mano de ellas nos ahorran mucho tiempo en la cocina. No resulta extraño, por tanto, que el origen de su popularidad se encuentre en los campos de batalla. Concretamente, en los de la Primera y la Segunda Guerra Mundial.
La dieta estaba pensada según el cargo y puesto de los soldados, por ejemplo: a los pilotos les proporcionaban alimentos variados y con más calorías, mientras que a los submarinos les daban alimentos que evitaran el escorbuto y la escasez de oxígeno a bordo. Con el paso del tiempo, las raciones de comida se vieron afectadas y se redujo el tamaño de las mismas, lo que ocasionó peleas entre cocineros y soldados.
Cuando la comida caliente se suspendía durante 24 horas (o quizá más), los comandantes autorizaban a los soldados para comer sus raciones de hierro; estas raciones consistían en carne enlatada y galletas de paquete, las cuales se parecían a la ración K del ejército americano (aunque menos variado).
Alimentarse de manera saludable en las zonas de conflictos armados sigue siendo uno de los retos que han perseguido a los ejércitos durante siglos con el fin de aportar al soldado el número de calorías y nutrientes necesarios al tener que realizar una intensa actividad física.
En las últimas décadas, los ejércitos han ido perfeccionando sus raciones de comida concentrando los alimentos necesarios en un pequeño paquete al que llaman raciones de combate. Estos paquetes son conocidos entre los soldados como ladrillos y es fácil encontrar vídeos en internet de personas realizando una cata. Casi todos coinciden al valorar positivamente el sabor de esta comida y apuntan, incluso, que parece casera.
Las raciones de combate deben ser fáciles de conservar, de abastecer y de conservar. Un soldado necesita entre 30 y 40 kilocalorías por cada kilo de peso corporal al día, dependiendo si el nivel de estrés-actividad es moderado o muy alto, el equivalente a unas 3.000 kilocalorías diarias, aproximadamente.
A mediados del siglo XX, científicos de la Universidad del Estado de Kansas, descubrieron que, agregando amilasas con resistencia al calor podían solucionar el problema del pan. Estas enzimas, que provienen de una bacteria con tolerancia a altas temperaturas, se mantienen en condiciones luego de hornearse el pan, lo cual hace que se conserve increíblemente suave y flexible durante mucho tiempo.
Las raciones tienen por objetivo mantener a los soldados alimentados hasta que puedan llegar a cocinas en el campo. Lo que realmente importa para alargar la vida útil de un alimento no es el contenido absoluto de humedad, sino más bien cuántas de esas moléculas de agua están flotando sin estar unidas a nada más.
El ejército de los Estados Unidos y la NASA han financiado investigaciones de alto impacto desde mediados del siglo veinte, dedicadas al manejo de la humedad en la comida durante largo períodos. Al agregar sal y azúcar a los alimentos se logra unir las moléculas del agua, sin que se vuelvan completamente secos.
De esta forma, se pueden tener unas galletas y un pedazo de queso en un morral durante años, sin que la galleta deje de estar crujiente o el queso pierda la frescura. Esta técnica se aplica tanto a los productos para el comercio en general, como a las raciones militares.
Otra de las técnicas es no utilizar calor, sino presión. Al someterlos a alta presión, los microorganismos estallan y dejan la comida esterilizada. Este procedimiento se utiliza hoy en día para producir carnes de almuerzo enlatadas sin conservantes, guacamole empaquetado y jugos embotellados que ofrecen un sabor fresco (mediante una técnica a veces llamada pasteurización en frío).
Procesados y azúcares
A pesar de que en estos menús es fácil encontrar alimentos saludables como las sardinas o las lentejas, los ladrillos también contienen alimentos perjudiciales: sobres de leche condensada, galletas y chocolatinas en el desayuno, chorizos, salchichas y patés en los módulos de comida.
Poca fruta
Otro aspecto que llama la atención de las raciones de combate es su falta de fruta y verdura fresca por la dificultad que presenta de conservación. En su lugar, aparecen macedonias en almíbar, cremas de frutas con azúcar o bebidas energéticas con minerales y vitaminas que no aportan los mismos beneficios. El médico endocrinólogo recuerda que ni la fruta ni la verdura son alimentos reemplazables y que, aunque el procesamiento de la fruta en almíbar mejora la conservación de la fruta y permite obtener algunos de sus beneficios, presenta una mayor cantidad de azúcares libres.
Algunos de los militares que muestran el contenido de estas raciones de combate en internet confiesan que comer a base de ellas produce, en ocasiones, estreñimiento.
En las raciones de combate del Ejército de Rusia, debido a los recortes en gasto militar del país, sus soldados se han quejado de la calidad de la comida. Las patatas y la carne no faltan en las raciones de los soldados rusos, así como derivados de manzana.
A las tropas de Estonia tienen paté de pollo en sus raciones, los soldados españoles les ofrecen calamares en aceite y granos verdes con jamón, las tropas alemanas consiguen pan de centeno para acompañar su gulash, el personal del ejército francés puede cenar cassoulet, un tradicional guiso francés. Para los soldados australianos es imprescindible contar con un tubo de Vegemite en sus raciones y la infantería italiana reciben un trago de grappa, un aperitivo alcohólico a base de uva, para levantar el ánimo