Las sardinas destacan por su notable valor nutricional, especialmente por su alto contenido en fósforo, un mineral indispensable para mantener huesos y dientes saludables, además de ser clave en los procesos de almacenamiento y utilización de energía en el organismo.
Los nutricionistas aseguran que una sola lata de sardinas puede aportar hasta el 68% del requerimiento diario de fósforo, lo que las convierte en un alimento altamente recomendado para quienes buscan reforzar su estructura ósea o prevenir afecciones como la osteoporosis.
A este beneficio se suma su riqueza en ácidos grasos omega-3, especialmente EPA y DHA, conocidos por su papel fundamental en la salud del corazón y del cerebro. Estos lípidos esenciales contribuyen a reducir la inflamación, mejorar la circulación sanguínea y favorecer funciones cognitivas como la memoria y el estado de ánimo. Diversos estudios vinculan su consumo habitual con una menor prevalencia de enfermedades cardiovasculares.
Una porción estándar de sardinas puede cubrir aproximadamente el 50% de la ingesta diaria recomendada de omega-3, así como el 53% de la vitamina D necesaria.
La vitamina D, por su parte, es crucial para una correcta absorción del calcio, el fortalecimiento del sistema inmunológico y la regulación emocional. Su presencia en las sardinas es especialmente valiosa para personas con limitada exposición solar, como quienes residen en zonas frías o con escasa luz natural, donde la deficiencia de este nutriente es más frecuente.