Felipe V escogió Málaga para guardar su mayor secreto militar: la hojalata. Pocos saben que Málaga albergó en el siglo XVIII y durante casi 60 años el primer alto horno de España, y segundo de Europa. La provincia de Málaga fue elegida por Felipe V para guardar su mayor secreto militar, la hojalata. Cada año decenas de industriales e ingenieros de todo el mundo visitan los restos de la que fue la Real Fábrica de Hojalata de Júzcar.
Pero para saber un poco más hay que remontarse a 1.727. Reinaba Felipe V y fue necesario buscar en España un lugar lo más recóndito posible para fabricar un material con fines armamentísticos y militares: la hojalata.
El emplazamiento fue celosamente escogido. Lo primero, debía tener la suficiente riqueza hidraúlica, y en este caso la zona estaba atravesada por un río muy caudaloso, el río Genal. Lo segundo, debía garantizar la producción maderera para alimentar con carbón vegetal la fundición, y aquí existía un bosque de alcornoques de miles de hectáreas. Además, cumplía dos condiciones más: era un sitio prácticamente inexpugnable y estaba cerca de los astilleros de Cádiz, donde se construían los galeones que se recubrían con la hojalata para protegerlos de los insectos que se comían la madera.
Esta mezcla de hierro y estaño, minerales provenientes de canteras de Granada y Córdoba se transportaba en burros hasta el municipio malagueño de Júzcar, donde unos 200 obreros trabajaban rodeados de grandes medidas de seguridad, fabricando un elemento fundamental en el recubrimiento de armaduras y de los galeones españoles. La hojalata dejó de ser monopolio real en 1780 y la fábrica, ubicada en un lugar tan recóndito que las láminas de la aleación las transportaban 20 camellos por el curso del Genal hasta llegar a Estepona, donde las embarcaban, cerró en 1786.
Apenas duró 60 años. Los vecinos de la zona acabaron dinamitando la presa que proporcionaba energía a la fundición. Estaban esquilmando el bosque del que se mantenían, era su forma de vida, y decidieron eliminarla. Aunque tuvo otros usos, entre ellos refugio de contrabandistas y bandoleros como Tragabuches, el conjunto languideció y llevaba dos siglos convertido en ruina cuando, en 2001, lo adquirió el economista catalán Enrique Ruiz, quien lo convirtió en centro de viticultura ecológica. Ahora acaba se ser reconocido con el premio Hispania Nostra.